domingo, 29 de agosto de 2010

Atando Cabos


Nunca he sido muy bueno en las relaciones sociales, irónicamente terminé siendo comunicador social, buqué siempre la forma de expresarme por otros medios que no fuese la palabra, no soy de los que hablan, sino, de los que escuchan, en realidad, tampoco soy bueno escuchando, digamos que soy un creativo, siempre pensando e innovando… bueno, sí, soy distraído y agueboniado, pero esa es mi arma secreta, mi cara de pendejo, tengo una súper cara de pendejo y una suerte de puta madre, creo que esa especie de suerte se llama destino.


De alguna forma misteriosa las cosas se dan para que todo encaje, como dice mi madre, Dios te asigna la profesión y te va colocando en el camino las herramientas para llevarlo a cabo y creo que de cierta forma es así.

Estaba en la secundaria, en los primeros años, al frente del liceo se encuentra una cancha de beisbol y en una de mis escapadas con Johan notamos que algo estaba pasando allí, nos acercamos y entramos en el set de grabación de una novela con una de las Morillos, debí darme cuenta que eso era un mal presagio.


Las cámaras me daban tanta intriga, la ficción, la actuación, así fuese mediocre, me invitaba a involucrarme de tal forma que ahora ya de hombre es mi profesión.  


Casi a la fuerza me arrastré a Johan a las gradas, no éramos los únicos fugitivos del liceo allí y a los productores parecía no molestarle. ¡ACCIÓN! Gritó el señor amargado con el megáfono y fue una sensación tan extraña, las cámaras, los actores, todo ese mood.

Johan a quien no le parecía para nada interesante buscó algo mejor con que entretenerse y lo encontró, emocionado me llamó para que fuese participe y cómplice de su proeza, nos asomamos por el muro del otro lado de las gradas y vimos un policía custodiando la entrada. Como si fuese una cuestión de instinto y en perfecta coreografía hicimos lo que cualquier chico de esa edad haría, carraspamos lo más que pudimos nuestras garganta y lo escupimos, un tiro perfecto, luego, a correr se ha dicho, nos escabullimos entre la multitud pero el policía no era fácil de engañar así que terminamos ilesos pero para mi desgracia, lejos de aquella magia que transcurría en el set. Reímos y me lamenté.


Pocos años después, Marla me pidió que la acompañara a un estudio de TV de un programa que estaba empezando, pero había agarrado cierta fama rápidamente, ella quería conocer en persona a un idiota que la traía loca, un tal Luis Chataing en su programa Ni Tan Tarde, nos prometieron pizza, nos pidieron que ocultáramos como pudiésemos las chemises escolares y que nos quedáramos horas metidos en ese minúsculo estudio. Como si entrara en trance, ese ambiente de tensión y desastre coreografiado me atraía como ninguna otra cosa a esa edad y sin darme cuenta sentencié mi destino al decir "Sería fino trabajar en televisión".


Así, hilo tras hilo, coincidencias que no creo tan fortuitas me dieron la oportunidad de trabajar con Erika de la Vega y cuando la vi ya como profesional recordé que fue en aquel estudio, mientras bailaba "la Niña Fresa" con frutas en la cabeza, cuando soñé en voz alta y se cumplió. Para bien o para mal, hoy soy un desempleado más del medio audiovisual, tal vez no tenga trabajo, pero creo tener algo importante, algo que muchos desean tener y pocos lo alcanzan, la palabra y el sentido de "vocación".

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