lunes, 23 de agosto de 2010

Todo empezó bien


Johan P.

En retrospectiva mi infancia o por lo menos mis primeros recuerdos son muy agradables, recuerdo dormir en litera hasta casi los 18 años, compartía la habitación con mi hermano mayor, intentaron que lo compartiese con el menor pero eso fue un infierno, así que la gran mayoría de mi juventud tuve que subir y bajar de la cama cada vez que iba hacer pipi por las noches. Mi hermano mayor, como todo argentino, era fanático del fútbol y de reventar los teclados cada vez que perdía en FIFA. Muchas veces lo acompañé a las canchas de futbolito a ver si socializaba, pues no tenía muchos amigos, bueno, no tenía amigos, hasta 4to. Grado.

Mi mamá siempre dijo que yo iba ser artista, porque siempre veía cosas que los demás pasaban por alto, detalles y características que por lo general los bastos de mis hermanos jamás notaban.

Mi papá, siempre llegaba a las 7 pm. con olor a aire acondicionado, a oficina de ejecutivo, apenas escuchábamos el cerrojo de la puerta al entrar, salíamos corriendo a abrazarlo y revisarles los bolsillos en búsqueda de la preciada bolsa de papel con los cri-cris y quien llegase de último se tenía que conformar con la samba, en aquella época, sólo existía de fresa.

Los fines de semana, nos llevaban a la heladería Tutti Fruti, una heladería enorme de dos pisos, el “playgraund” era algo extraño, consistía en una vaca gigante con un montón de carajitos encima. A la hora de escoger los sabores, era simple y directo, CHOCOLATE, pedir otro sabor era como mal visto, tampoco habían muchos por escoger adicionalmente el sabor de fresa (frutilla) estaba vetado, ya que era para las niñas, así que mi mamá estaba condenada a pedir siempre helado de fresa, para así ser “samuriada” por nosotros quienes nos aburríamos rápido del chocolate.

Mi madre de quien heredé mi despiste y entusiasmo sabía en el fondo que yo era distinto a mis hermanos, una vez, me compró una lonchera de los ositos cariños y aprendía entrarme a coñazos con mis compañeritos desde muy chico por eso.

Primer grado, ¡A repetir! – como castigo o por razones económicas me cambiaron a un colegio público, convirtiéndome así en el único catire de apellido impronunciable de todo el plantel. Como si se tratase de la cárcel tuve que adaptarme rápido, para sobrevivir hice lo más razonable y ventajoso que se me ocurrió, me junté con el malandro más malandro de la primaria, era enorme y dominaba a cualquiera.

Nos hicimos grandes amigos y comprendí que saber manipular a los hombres me era mucho más útil que a las mujeres. Nadie se atrevía a tocar a la Bitch de Johan, (thats me) hacía lo que me daba la gana, pues nadie se me atravesaba, incluso muchas de las peleas las provocaba yo sólo por morbo de poder, todo era perfecto. Recuerdo en la hora del recreo teníamos hasta nuestra área, no sé si por mis genes italianos me convertí en un mafioso de la primaria, Johan y yo, siempre juntos y abrazados. En una oportunidad, una profesora nos dijo al vernos pasar, dejen de abrazarse que parecen “bueys” o eso entendimos en aquella edad, y desde entonces cada vez que que pasábamos al lado de esa profesora hacíamos “MUUUUUHH” seguidos por carcajadas.

Todo era perfecto, me sentía muy a gusto cada vez que estaba con él, demasiado a gusto, pero eso no lo analizaría sino hasta muchas años más tarde. Para mi mala suerte llegaría el despertar sexual, por desgracia en eso no coincidimos, o por lo menos no me interesaban las carajitas, cosa a la larga, nos distanció, Johan se empezó a juntar con otros malandros y yo…. ¡A repetir 4to. Grado!, las profesoras decidieron separarme de Johan después de cuatro años porque era “una mala influencia”. Triste y deprimido, estaba sentado de último, solo y de repente un chamo con lentes oscuros y cara de cotorro se me acerca y me dice: “eyy ¿qué más? ¿tú también repetiste? Me llamo Julio.


Más nunca supe de Johan, sé que se casó tuvo hijos, y demás vida aburrida del heterosexual.

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