lunes, 30 de agosto de 2010

El día que conocí al Tano

Tony


Ya habían pasado varios meses desde que comenzaron las clases en el liceo, la única persona con quien hablaba era con Tony, no porque fuese simpático, sino, porque era el único que no andaba armado o solicitado por la policía. Este italo-venezolano como era de esperarse era el más guapo del salón, bueno era el único guapo del salón, yo siempre fui feo, no fue hasta de viejo, cuando la barba me brotó que algunos me podrían considerar "está ahí, ahí", ¿qué hacía de Tony el más guapo? Parecía siempre estar pensando en astrofísica, siempre ha estado en otro planeta, sin duda, su porte italiano, enano pero italiano. Me caía muy mal, no lo soportaba, la razón, competíamos por la amistad de Julio, en realidad, yo era el que competía, él ni cuenta se daba de lo que pasaba a su alrededor.


 

Durante toda la clase su único oficio era sacarme la piedra, taquitos ensalivados, lepes, bolas de papel en mi cara, hurto de útiles escolares; inmamable, insoportable. Un instante nos tomó para vernos realmente a los ojos y darnos cuenta que éramos parte de algo extraño y que estaba escrito que seríamos protagonistas en la vida de ambos, mucho más allá de lo que creíamos. Estaba a punto de explotar en plena clase por los tormentos producidos por este personaje hasta que una punta de lápiz puncionó mi nalga, como si fuese un exorcismo interrumpí con furia la clase con un alarido titánico


- ¡CHAMO! ¿QUÉ COÑO TE PASA, ERES MONGÓLICO?


Fue esa mirada de mil años, aquel silencio, aquella furia y humanidad en su rostro lo que me hizo desear que me prendiese en llamas, como una combustión interna espontanea, al escuchar una de las respuestas más rudas que me han dado:



-Yo no soy mongólico, pero mi hermana sí.


Un silencio que me pareció eterno acompañó aquel congelado salón, nadie se movió, la profesora muda, con los ojos pelados, seguramente rezando para que ninguno de los dos iniciáramos una balacera, pasaron segundos y minutos en aquel espantoso episodio, casi por inercia, mi organismo susurró, - perdón.



Nos sentamos, la profesora tragó saliva, se secó el sudor y retomó la clase, yo sólo podía pensar en la metida de pata que había hecho y si Tony decidía reventarme la cara después de clases yo le daría mi bendición, me lo merecía. Atemorizado, contaba los minutos para finalizar la clase, todos me miraban y capaz hasta hubo apuestas sobre la coñaza, minuto a minuto, ya la profesora se escuchaba como la maestra de Charly Brown y de repente, la campana de culminación de clases sonó, los alumnos salieron corriendo en búsqueda de el mejor puesto para disfrutar de la matanza hacia mi persona, aproveché la estampida de escolares para mimetizarme y darme a la fuga, casi lo logro, casi, en la esquina del liceo, una mano me toma por el hombro y sí, era Al Capone rodeado de una pared de curiosos con sed de violencia y sangre, dignamente me paré de frente a él y cerré los ojos, en eso, conocí a Tony, al verdadero, cuando me dijo:


 

-¿Quieres ir a mi casa para que conozcas a mi hermana?


Esa tarde, conocí a una de las familias más maravillosas, cálidas y afectivas de toda mi vida y a mi gran amigo Tony.

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